Barcelona, 1968. Nací en una ciudad llena de luz y contrastes, y creo que eso se refleja en mi trabajo. Nunca pensé que sería pintor, la verdad. Fue más bien una intuición, una llamada que empecé a seguir hace ya cuarenta años, aunque de manera un poco irregular, más como un acompañante fiel que como una profesión a tiempo completo. Estudié en una escuela de arte, y allí aprendí las bases, las técnicas, pero lo más importante fue que me abrieron los ojos a ver el mundo de otra manera.
Siempre me ha fascinado la textura, la materialidad de la pintura. Por eso trabajo con técnicas mixtas, creando fondos con relieves, jugando con materiales que dan profundidad, volumen… Luego, el acrílico entra en juego, me permite controlar un poco el caos, pero sin ahogar la espontaneidad. No soy un técnico perfecto, ni mucho menos; mi forma de pintar es más bien intuitiva, llena de imperfecciones, que es como me siento yo mismo.
Me dicen que mi estilo es figuración abstracta. Supongo que sí, hay algo de figuración, pero también hay mucha abstracción, mucho sentimiento… No me gustan las etiquetas, la verdad. Solo intento plasmar en el lienzo lo que siento, lo que me inspira, sin pretender ser más que un artesano que juega con los colores y las formas, un simple observador que intenta traducir en imágenes lo que ve y lo que siente. A veces consigo algo que me gusta, otras no tanto; es parte del proceso.
Estos cuarenta años dedicados al arte, con sus altibajos, han sido una gran lección de humildad. He aprendido a aceptar mis errores, a disfrutar del proceso, a valorar cada pequeño logro. Soy un aprendiz constante, siempre buscando nuevas maneras de expresarme, siempre con mucho que aprender. Espero que mis obras transmitan esa misma humildad, esa misma búsqueda, esa misma pasión sin pretensiones.